Me acuerdo que cuando era pequeño y tenía fiebre llegaba al punto de alucinar, era como un mundo de sicodelia por aquí y por allí. No era como ver colores fulgurantes o cosas hacerse grandes y después pequeñas. Me acuerdo estar en mi habitación y llegar mi padre con una Cocacola muy fría y decirme que me la tomase, que así me sentiría mejor. Es un recuerdo que tengo muy vívido de él. De los pocos.
Mis alucinaciones eran más en el sueño febril que en la realidad, estaba en un mundo de gigantes y quería alcanzarlos para poder hablar con ellos. En el sueño podría hablar con ellos, no era el niño tímido que era en la realidad. El subconsciente, ese extraño regalo. Pero se alejaban cada vez que iba en su búsqueda y eso me causaba un gran impacto y hacía mis pesadillas febriles algo peores.
La cocacola me ayudó y la fiebre después de unas horas remitió. Yo creía que ese hombre tan alto era una especie de mago que hacía pociones para salvarme de las pesadillas. El mundo de un niño es infinito.
Lo siguiente de lo que me acuerdo es estar jugando con mis dinosaurios (ellos también me protegían) y ver con embeleso a mi padre mientras buscaba en la televisión algo, todavía no se el qué. El humo de su tabaco se arremolinaba a su alrededor.
Yo seguí jugando. Con unos animales de juguete que ya no existían. Que existieron pero se habían ido.
martes, 2 de noviembre de 2010
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