sábado, 22 de febrero de 2014

Una pequeña charla.

A veces me siento a hablar conmigo mismo, casi nunca me gusta de lo que hablo, pero si hay que hablar de las cosas buenas y amables, más importante si cabe es hablar de lo malo y oscuro. Me siento a hablar y saco un trapo para limpiar la suciedad de mi corazón, saco agua del pozo de mi conciencia e intento limpiar algún pensamiento perdido, solo para fijarlo con una chincheta en algún rincón en el que no duela tanto.
Y mi otro yo acaba por darme una palmada amistosa en mis huesudos hombros, me mira con una sonrisa forzada afirmando que este mundo no es para mí, pero que hay que andar, aunque cueste hay que andar, se levanta y por miles de mis poros entra en mi alma, y así el mundo ya no me parece tan cruel, y aunque haga mucho frío fuera en mi interior no se está nada mal.

Antes de partir.

Ese chico vale cien millones. Digo, ese chico puede decir que vale cien millones, que alguien pagó cien millones por el.
Tu vales mucho mas, me dice ella. La verdad es que no se si es verdad, pero me da un vuelco el corazón y acto seguido se pone a bailar, mi corazón. Lo dice con una sonrisa en los labios.
Es una cosa maravillosa saber que para alguien en el mundo vales mucho más que cien millones.
Algún día se lo demostraré, antes de que el abismo tire aún más de mis pies hasta su fondo.
Antes de partir.

jueves, 20 de febrero de 2014

El viaje de los dientes.

Hoy es uno de esos días, uno de esos días en los que uno duerme tan profundamente que un sueño de un instante puede parecernos eterno, tan profundamente que literalmente uno cae en el vacío más profundo de la mente, como sin moverse uno de cama diese un garbeo por el universo, comprase unos caramelos y antes del amanecer se recostase de nuevo en su cama. Ojo, esto todo desde la cama.
Hoy soñé muchas cosas interesantes, fascinantes...
Soñé que no tenía dientes, soñé que tenía 30 años. Soñé que soñaba con el día de hoy. Pero no tenía dientes.
Y no se me caían por cosas relacionadas con la caída de los mismos. Tenían vida propia e inteligencia acorde a esa vida. Y la mayoría querían ver como era la vida fuera de mi boca. Y yo los dejé partir, evidentemente eran mis dientes, pero tarde o temprano hay que dejar a tus dientes salir, explorar el mundo, vivir su propia vida. Es algo que siempre ocurre. Y conmigo pasó más de lo mismo.
La mayoría tenían la misma razón para marcharse: ver mundo. Viajar, disfrutar del mundo fuera de mi boca. Y les dije que iba a ser difícil, porque tuvimos una pequeña charla, de hombre a dientes; una especie de asamblea con ruegos y preguntas, con sugerencias y más preguntas. Vamos, lo que una asamblea es, ni más ni menos.
A lás mil y una cosas que a mis pasados dientes les ocurrieron no vamos a relatarlos en este instante, tal vez en futuro cuando nuevas situaciones dentales ocurran se contarán las andazas de estos dientes viajeros. O tal vez no. Eso es lo maravilloso de las historias, unas ocurren, otras no ocurren pero son contadas, y a muchas otras no les pasa ni una cosas ni otra pero se cuentan de todas formas. Es la única bonita mentira que existe en este mundo: las historias.
Así que hoy soñé que no tenía dientes. Y la verdad es que fue un gran sueño, hasta creo que en mi sueño reía y dormido una sonrisa en mis labios se dibujaba acordándome de ese momento donde todos mis dientes marcharon a ver mundo, a vivir su propia vida, y yo los dejé ir. Hay veces que es bueno dejar ir las cosas.