miércoles, 28 de octubre de 2015

Ser eterno.

Los besos pueden ser eternos le dije con una sonrisa entre tímida y melancólica. Me abrazó juntando sus manos en mi espalda y apretando fuerte como si quisiese entrar en mi alma y quedarse un rato allí, acto seguido respira impregnando con mi olor su cuerpo. Siempre que está conmigo hace eso, la verdad me encanta. Hace pequeñas respiraciones breves pero muy profundas.
Lleva un vestido marrón claro, una blusa color mostaza y unos tacones que me excitan sobremanera. No recuerdo el color, solo recuerdo que eran clásicos y no muy altos. Soy un odioso de los pies pero soy un amante de las mujeres con clase en ellos.
Es una noche triste en una ciudad cualquiera y estamos sentados en un bordillo de una calle peatonal como todas las calles peatonales del mundo. Es una noche triste porque la ciudad está casi vacía, me da la sensación de que la gente saliese huyendo hacía otro sitio mejor. Pero me es indiferente, cuando estás con la persona correcta el mundo se desvanece intentando no molestarte.
Yo llevo puesto un traje, clásico: negra la chaqueta y el pantalón, blanca impoluta y recién planchada la camisa. Se debe estar siempre a la altura de las circunstancias. Llevo un pañuelo a juego con la corbata, es de seda y lo llevo porque ella me lo regaló.
La humilde verdad es que somos un pareja de guapos o por lo menos lo veo así pero como les conté antes a ustedes el mundo ha desaparecido de mi mente.
Hablando de lo divino y lo humano pasan los segundos veloces como un depredador a punto de devorar a su víctima. Reímos, hablamos, un beso furtivo por aquí, una mirada cómplice por allá...
Llega un momento que ella debe irse, no me acuerdo del motivo y para contar esta historia tampoco es importante. Solo se que se va. Me dice esas dos palabras mágicas llamadas te quiero, me da un casto beso en los labios, sonríe y por último me mira muy detenidamente como queriendo grabar en su cabeza hasta el último centímetro de mi ser. Me da el abrazo más largo de la noche y se levanta.
Me mira a los ojos fijamente y se despide, me contempla con una sensación que yo llego a sentir como rara.
La veo alejarse por el callejón empedrado, hasta que pierdo de vista su silueta en la lejanía, me quedo pensativo algunos instantes y también emprendo la marcha hacia cualquier lugar. No la volví a ver y lo que es peor nunca supe que ésa era su forma de decirme adiós.