sábado, 26 de septiembre de 2015

No eres.

¿Sabes qué? Que ya no existes, ya no estás, ya no eres. Y el peso que amargamente sobre mis pequeños hombros me pusiste se esfumó cual vaho derrotado por un dedo en un cristal.
Desapareciste como hacen los cobardes ladrones de sueños rotos.
Caiste de un pedestal construído de miedos que ahora solo son ligeras cicatrices.
Perdiste porque yo sigo en pie, tambaleándome si, resistiendo esa sinrazón que tu mantenías a rajatabla.
Cuando yo quiera te haré desaparecer a las vidas futuras.
Y ni siquiera polvo en mi memoria serás.

En sueños.

La noche era otra noche. Oscura pero con una luz especial. Apagada pero con puntos de colores por doquier.
Iba caminando distraído mirando hacia enfrente sonriendo por algún recuerdo lejano y me llamaste.
Fue solo un susurro pero te escuché tan nítidamente como cualquier canto.
Me llamabas por mi nombre y lo curioso es que yo no te conocía.
Tu nombre era similar al mío y tu alma bailaba alrededor de la mía.
Decidimos vernos en otra ocasión en un día con lluvia.
Pasaron mil segundos, mil días, mil vidas.
Es posible que tu alma se fuese en otro tren y la mía se aferrase a una estación antigua con un gran reloj marcando las horas.
Cuando vuelvas a llamarme en sueños dejaré todo atrás.