Voy caminando por la calle, como cualquier día, como ese día. Hay una diferencia, ya no estás a mi lado. Miro hacia mi derecha, pero ya no hay mano a que agarrarme, pero todo está bien. El cielo es gris y me informa que quiere echarse a llorar. Solo te dejo que llores cuando estés a mi lado. Así puedo contarte el cuento de la felicidad eterna y de las margaritas que crecen salvajes en los campos sin nadie que las moleste o peor, que las corte. Son ellas y nadie más. Son buenas y son felices, más aún cuando tu las miras con embeleso. Me encanta esa mirada tuya, como cuando tenías cinco años y yo acababa de nacer. Que sepas que desde aquella vez siempre te he cuidado, he estado mirándote cada noche desde siempre. Acunándote cuando tenías miedo, dándote calor cuando estabas destemplada. Iba cada noche a tu cama y te encontraba durmiendo plácidamente y me volvía a mis sueños donde nunca nos separábamos. Que sepas que estuve ahí siempre, y me quedan unas cuantas vidas para cuidarte. Me da igual cómo se ponga de celoso el cielo, me da igual que ese sol esquivo no me quiera guiñar un ojo y que esa luna ya no esté rellena de queso. Yo sigo aquí y sigo allí contigo, estés donde estés. Para cuidar de ti. Soy un nuevo dios de reflejo dorado que te mira con sus ojos verdes esmeralda, vigilando tus sueños para que nada malo entre, ni desde fuera ni desde dentro.
Vengo de otra época y otro planeta, a veces me siento así, solo cuando no siento tu mano entrelazada a la mía.
jueves, 24 de marzo de 2011
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