martes, 22 de marzo de 2011

Bebidas

Cuando voy a un sitio con clase con mi preciosa rubia de ojos almendrados me gusta beber vino blanco en preciosas copas de cristal talladas a mano.
Cuando nos emborrachamos, bebemos cerveza de la botella, para que el líquido ambarino riegue nuestro cuerpo sin ningún aditivo más.
Para el desenfreno nos gusta beber vino tinto directamente de la botella, grandes tragos para sentir el vino en toda su esencia, un calor artificial para ayudar a nuestros cuerpos a mantener nuestro calor original durante mucho más tiempo, y aunque no necesitemos el vino para eso, nos gusta sentirlo en el paladar unos segundos más.
Seguramente el gin-tonic acompañado por algo de jazz y besos a diestro y siniestro es lo más cerca que podemos estar del cielo y del infierno a la vez. Del cielo, porque es maravilloso y sensual. Del infierno, porque es peligroso, divertido y muy excitante. El jazz hace el resto. Me imagino a todos los músicos malditos escribiendo música inmortal, de Miles Davis a Chet Baker: buscando una melodía para poder llevarse a la boca.
Como más me gusta beber es a través de tus labios, tu bebes disfrutando cada sorbo como si fuera el último, a mi se me olvida que está ahí la bebida, y bebo de tus labios, me gusta sentir esa sensación al besarte. Es una de las miles de sensaciones que me producen tus labios.
Cada bebida contigo sabe distinta, diferente, única, y eso es porque estás tú a mi lado, porque la bebo contigo, porque te bebo a ti..

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