Me despierto, estoy aturdido, ya no estás en mi cama. Me siento pesado, cansado.
Siento el desasosiego recorrer mi cuerpo. Tiemblo, estoy temblando. No sé porqué, pero siento escalofríos.
Preparo café y mientras me fumo un cigarrillo, lo enciendo y aspiro la primera calada como si el mundo se me fuera en ello. Pero no sigo estarme quieto, abro una y otra estantería buscando quién sabe qué. Busco en los cajones. Los remuevo y los vuelvo a cerrar. No me gusta como está la cocina. Y eso que está perfecta, pero hay algo que no me gusta.
Siento que algo falta en mi vida desde que ella no está, su sonrisa, su boca, su risa, igual todo, igual era todo. Hoy la echo más en falta que ayer.
Termino de fumar y el café sigue haciéndose a su ritmo. Pronto estará. Enciendo otro cigarrillo, ya me siento algo mejor, sigo esperando por el café, como si fuera una cura milagrosa para esos días que ella no está.
El café también me ayuda. Su sabor amargo y fuerte me despierta de golpe y me tranquiliza. Son las 7 de la mañana y seguramente la ciudad ya lleva unas horas despierta.
Acabo el café y el segundo cigarro del día. Ese es mi desayuno.
Pienso en llamarla y la llamo.
Suena a somnolencia y cansancio.
Me pregunta si todo está bien. Yo le digo que sí. Y es verdad hasta hace unos momentos habría sido una mentira, pero ahora es la pura y única verdad. Me siento bien, su voz me reconforta.
Le digo que la quiero y ella me responde lo mismo. La dejo dormir. Y me pongo a escribir.
La novela va a ser buenísima. Siempre que ella siga en mis pensamientos.
miércoles, 2 de febrero de 2011
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