Siempre se había pasado la vida a medio gas, al trantán, sin arriesgarse a nada, sin identificarse con nadie, sin quererse nada. Pero siempre hay heridas mortales que sanan por la mañana pero vuelven a abrirse por la noche. Que se olvidan de ti por un momento pero retornan a ti sin contemplación: ¡pum! y te mandan al infierno más lejano. Lo más doloroso del asunto es esperar siempre lo mejor y saber que nunca va a llegar, de perdonar lo imperdonable por el simple hecho de querer a la inmensidad del mundo tal y como es. Y las cosas no son así. Todo tiene un color, un matiz, unas circunstancias... todo mezclado forma un elemento único. Y claro, si dos cosas están bien formuladas pero la tercera no el producto es inestable, malo, podrido, feo, muerto...
Y esta persona sigue sin ver el final del túnel, solo ve oscuridad en los más recónditos cajones de su alma, y solo ve desdicha en esas lágrimas que brotan en cualquier momento y cualquier lugar de su corazón herido y maltrecho, quemado y olvidado en el fondo de cualquier armario lleno de polvo.
Solo espero y con ansia lo espero, que cuando vaya a recoger a su corazón para enseñarle senderos de luz, el polvo no haya desaparecido o ennegrecido a su corazón...
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