Don Finolis tiene la tez morena, los ojos oscuros normales, la voz podría ser la de un galán de radionovela antigua: fuerte, lenta, pausada; mide cerca de uno setenta y pesa cerca de noventa quilos, descuida bastante su alimentación, le queda poco pelo aunque sigue siendo un presumido. Es tan presumido que cree que no hay nadie en el mundo que se le compare. ¡Qué presumido!, ¿verdad?, pero bueno los malos siempre son presumidos, no hay malos humildes, por lo menos en estos momentos no los recuerdo. Hace mucho que no quiere a nadie, aunque es posible que algún día quisiese a alguien. Eso no lo sabremos ni nos interesa. Eso pertenece al pasado, y por ahora, no se puede volver físicamente a el.
Es bastante gruñón y dicen que cuando se enfada y tiene mucha hambre pide niño para cenar, niños rellenitos a los que les encanta el chocolate, porque al estar llenos de chocolate están más tiernecitos y así son más fáciles de masticar. Porque a nuestro protagonista le faltan la mayoría de los dientes y eso que casi no come dulces pero le tiene miedo a los dentistas. Sí, ésos son los verdaderos reyes de los dientes, cuando un niño pierde un diente y lo deja debajo de la almohada, cuando se duerme su padre llama al dentista para intercambiar el diente por oro, dinero, o a veces, whisky, dependiendo de la necesidad y del peso, claro está.
Lo malo es que a Don Finolis no le dieron nada por sus dientes y por eso le caen mal los dentistas y no habla con ellos. El es de un tiempo pasado cuando aún no existía el Gremio de los Sacamuelas Asociados, también llamado GASA.
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