Me estabas comiendo con los ojos, con esos ojos grandes y brillantes, como diamantes sacados de un cuento de hadas, grandes como piedras cavadas por gigantes de otros tiempos.
Me mirabas más allá de mis ojos, me mirabas más allá de mi vida, de mi tiempo, de mi alma. Como si un despertar súbito de mil colores explotaran en mi cara. Y solo dejaran dos cuencas verdes en el lugar que le corresponde a mis ojos. Dos cuencas como bosques infinitos y arroyos cristalinos, como verdes campos yendo al vaivén del viento.
Me sonreías como si hiciese una gracieta de antaño, como en una película muda, como en una vida en blanco y negro. Me sonreías como la primera vez, como si nos estuviésemos conociendo, como si fuésemos extraños cogiéndonos súbitamente de la mano, como extraños que pasan uno al lado del otro en una gran ciudad y ni reparan nada más que en sus propias voces, que las llaman desde su interior, gritan que quieren salir, gritan que quieren escapar, gritan que desean desear a esa persona que ni conocen ni quieren conocer.
Así me miras tu.
martes, 19 de noviembre de 2013
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