A Pippo le gusta mucho que le hagan cosquillas. Donde más le gusta en su barriguita, donde en vez del inútil ombligo humano tiene una costura en una especie de i griega, con complicidad su amigo Oliver le hace cosquillas y las risas ensordecen la tristeza imperante a varios metros de distancia. Su eterna sonrisa se hace aún más patente cuando los dedos del niño pulsan el botón preciso para que esto ocurre.
A su vez, Oliver también rie, una risa bonita, musical y embriagadora como el vino más rojo y dulce pueda provocar. Hoy es una tarde gris y lluviosa, pero la imaginación de un niño es inexpugnable y clara, y acompañado de su mejor amigo solo pueden salir bien las cosas. ¡qué maravillosa es la vida a veces!
Yo, el narrador omnisciente los veo reír y disfrutar como si el mañana fuese un lugar distante, algún ser sin importancia, un vago sentimiento...
Y en estos momentos me voy a otro lugar donde los niños sigan siendo los seres más luminosos del universo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario