Cuando estaba en lo más alto lo único que me importaba era como le quedaba mi traje de 5000 dólares a mi sombra, para cuando me girase le quedara perfecto.
La verdad nunca miraba por encima del hombro, porque desde mi posición mirase por donde mirase, miraba desde mi pedestal dorado e impoluto
Eran buenos días, mejores diría yo. No eran de vino y rosas, eran de champagne francés del más caro y deportivos y señoritas de todos los colores y sabores de licencia fácil y proceder despiadado. Pero a mi, la verdad, no me importaba. Para qué me iba a importar. Era hombre de placeres frugales
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